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Aquí encontrarás notas, artículos o comentarios míos sobre diversos temas.

Estado laico

10 de junio de 2013

 

Si una persona se orina en la alberca, no habría ningún problema… si fuera la alberca de su casa y si viviera solo.
De igual manera funciona, o debería funcionar, en cuestiones políticas. Es decir, que lo que haga un político —con sus recursos en caso de tratarse de algo económico— en su vida privada no debe ser de nuestra incumbencia. Pero en funciones públicas debemos inmiscuirnos en todo momento, exigirles soluciones a los problemas relacionados con su cargo y cuentas claras; porque para eso se están alquilando. No debemos olvidar, jamás, que los funcionarios públicos se alquilan a cambio de sueldos estratosféricos. Son por ello, responsables del bienestar de la sociedad. Y en el momento en que uno de ellos no cumpla con sus obligaciones nosotros deberíamos exigir su renuncia.


Pero… desafortunadamente eso no ocurre. No sucede porque una gran mayoría de los mexicanos son apáticos ante la política mexicana. Es esta indiferencia —heredada ya por varias generaciones—, la que les impide ejercer su derecho de protesta social. Y no me refiero a salir a cerrar calles, secuestrar autobuses, y vandalizar establecimientos. No. Me refiero a tener memoria, a reclamar con el silencio y la ausencia. Ya José Saramago escribió en su novela “Ensayo sobre la lucidez” algo parecido. Yo pregunto: ¿Qué pasaría si un día un candidato en campaña se encontrara en una plaza vacía? Todos sabemos que la mayoría son acarreados, y que ello —las imágenes que la gente ve en prensa o televisión— tiene un costo político altísimo; pero supongamos que ni eso.


Pero es esa amnesia colectiva la que les dice a los políticos que lo que hacen es redituable; que funciona, y que a pesar de sus fraudes electorales, enriquecimientos ilícitos, e incapacidad para gobernar, la gente sigue acudiendo a las urnas.
Para llegar al poder no importa el medio. El asunto es seguir escalando. Un político puede estar un año en una dependencia como simple adjunto y al año siguiente ya es subsecretario. Después se le ve como delegado, alcalde, presidente municipal, diputado o senador estatal, gobernador de un estado y así, hasta la grande. Hay otros como Vicente Fox y Enrique Peña Nieto que con tres brincos llegaron la presidencia.


La receta consiste en fingir que se identifican con el pueblo y prometer. El asunto es que para prometer deben acudir a eventos con distintos sectores sociales, esos que generen más votos, por supuesto. ¿A qué político le importan 300 huicholes? No. Lo bueno, lo bueno está con los grupos religiosos, pues aunque parezca que no, son los más débiles. Esos sí son un chingo, cómo no. Pregúntenle a Margarita Alicia Arellanes, la alcaldesa de Monterrey, que, por ambición política, en un evento con un grupo de evangélicos —cabe aclarar que ella dice ser católica, pero no hay fijón, así es la política— le entregó la ciudad y las llaves a Jesucristo. Así nomás, se deslindó de su cargó, como diciendo: “Ahí hazte bolas, Chucho, con esta ciudad que sólo me ha dado jaquecas”.


No faltará quien se esté preguntando: ¿Y qué tiene de malo que haga pública sus creencias religiosas? Un político es libre de profesar la religión que prefiera, pero debe separar religión y Estado. En México los gobiernos y la iglesia han sepultado la historia de la inquisición en México, la guerra de Reforma y la guerra cristera. Un gobierno que se rige por creencias religiosas limita nuestras libertades. Un claro ejemplo actual de lo que es tener un gobierno que no separa la religión del Estado es Al Qaeda.


Se podría pensar que esta mujer lo hizo en un acto de fe, pero la verdad es que sólo fue a darles a los evangélicos puro atole con el dedo, puro pragmatismo político. ¿Qué ignora la constitución? Probablemente jamás la leído completa, aunque por su cargo público está obligada. Quizá sí sabe que el gobierno mexicano se rige por un estado laico, pero se lo pasó por el arco del triunfo porque sabe perfectamente que ni los partidos políticos ni la Secretaría de Gobernación se lo recriminarán. No lo harán porque saben que tarde o temprano ellos podrían acudir a esta estrategia para legitimarse en el poder o deslindarse de responsabilidades o para sus campañas políticas.


¿Se imagina usted reclamándole a su compañía de seguros que le pague la compostura de su auto y que le respondan: Entrégueselo a Dios y él proveerá? ¿O qué tal si su médico se negara a recetarle medicamentos argumentando que Dios lo curará? Así estos gobernantes —César Duarte, gobernador de Chihuahua; Javier Duarte, gobernador de Veracruz; y Margarita Arellanes, alcaldesa de Monterrey— ante su incompetencia e ignorancia para gobernar han decidido desconocer la esencia del estado laico y, como salida de emergencia, pasarle la factura a un dios, en un mensaje de conformismo y apatía ante los problemas. Hasta parece que quieren imitar a los gringos sus tan famosos “In god we trust” y “God bless America”.

¿En México tenemos libertad de expresión?

7 de junio de 2013

 

 

Hace apenas unos días se cumplió un aniversario más de la matanza del 4 de junio de 1989, en la plaza de Tiananmen, Pekín, y el gobierno de China censuró el tema a tal grado que desde 1989 ha estado ausente en la prensa oficial y en los últimos años en internet. Lo único que logró filtrarse este año fueron algunos memes representando al famoso “Rebelde Desconocido”, ese hombre que se paró frente a un tanque de guerra y lo retó a que pasara sobre él.

 

¿Y Cuba? La Asociación Mundial de Periódicos la calificó como el país con menos libertad de expresión en el continente americano. Un claro ejemplo es el caso del periodista independiente Calixto Ramón Martínez Arias, quien fue encarcelado el 16 de septiembre de 2012 por difundir información sobre un brote de dengue y cólera, que días más tarde el mismo gobierno confirmó. Martínez Arias nunca recibió una acusación formal ni se abrió algún proceso en su contra. Fue liberado 7 meses después.

 

Venezuela no se queda atrás. Apenas el 3 de junio de 2013 el periódico El Universal de Venezuela denunció las violaciones a los derechos humanos de periodistas de distintos medios de ese país. http://www.eluniversal.com/nacional-y-politica/130603/comunicado-sos-libertad-de-expresion-venezuela

 

De acuerdo con el Artículo 6o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público. El derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley. El derecho a la información será garantizado por el Estado.” Todo eso suena —o se lee— muy bonito. El problema en nuestro país es que las leyes y los artículos constitucionales tienen tantos agujeros como una regadera.

 

Si hiciéramos un sondeo y le preguntáramos a la gente si siente que en México hay libertad de expresión, seguramente una mayoría respondería que no. Si nos echamos un clavado al internet encontraremos millones de opiniones de todo tipo. Escribir en internet que “No tenemos libertad de expresión” es de hecho la evidencia de todo lo contrario. Si hacemos un comparativo con respecto a los años 60, por supuesto que hay libertad de expresión. Se puede ver en televisión, radio, prensa escrita, literatura e Internet. ¿Cuántas personas no han insultado directamente a Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto en Twitter?

 

Pero eso no significa que las cosas hayan cambiado mucho. Hay más libertad, pero es engañoso. Es decir que cualquiera puede decir que está hasta la madre del gobierno, pero no cualquiera puede hacer una denuncia, y mucho menos sobre temas sensibles.  Todos los periodistas en México saben hasta donde pueden llegar sus publicaciones. Basta con recordar los casos de Lydia Cacho y Mario Marín; Ciro Gómez Leyva, Marcial Maciel y el desaparecido canal de televisión, CNI; Carmen Aristegui, Televisa y Grupo Prisa; José Gutiérrez Vivó y Vicente Fox; y sin duda debe haber muchos otros casos que jamás serán públicos. Sin olvidar, por supuesto, a los reporteros asesinados en los últimos años. El año pasado, México fue calificado en 2012 por la ONU como el país más peligroso para ejercer el periodismo en América. Sin duda, falta mucho por hacer.Y la mejor forma de comenzar es informándonos.

2 de junio de 2013

Hace un año todos estábamos encendidos con las campañas electorales: los debates, el #YoSoy132, los errores de Peña Nieto, las “encuestas”. Creo que fueron las elecciones con más participación de los jóvenes en la historia de México. Quizá me equivoque. Lo cierto es que el país se polarizó y las opiniones sobre política se volvieron insultos. Yo quité de mi cuenta de Facebook a esas amistades que le mentaban la madre a todos los que no estaban con su candidato —incluso al esposo de una prima— y dejé de seguir en Twitter a algunos periodistas cuyas opiniones o informes eran partidarias.
En alguna ocasión un lector me dijo que yo no debía hacer comentarios de política, pues debido a mi trabajo, influiría en la decisión de los electores; lo cual me pareció completamente absurdo. Una cosa es estar frente a la televisión para informar y otra muy distinta, escribir una novela. A fin de cuentas soy un ciudadano con derecho a opinar. Un periodista no, cuando está dando noticias.
Hubo lectores que se enojaron mucho conmigo porque apoyaba a Andrés Manuel López Obrador. Y al decir apoyo es demasiado, pues jamás he asistido a sus mítines ni fui a las marchas contra Peña Nieto ni he militado en algún partido político. Simplemente hice público que votaría por él. Asimismo manifesté que había cosas con las que no estaba de acuerdo con AMLO; incluso dije que prefería a Marcelo Ebrard como candidato; y también recibí insultos.
Después llegó el día de las elecciones y a la mañana siguiente: el duelo, la tristeza, el enojo, la desolación, casi todo tipo de sentimientos, excepto la felicidad. En ninguna plaza, municipio, o calle del país se vio la celebración por el triunfo de Peña Nieto, sólo en las imágenes de televisión. Sólo él y su equipo sonreían. ¿Y el pueblo? ¿Dónde estaban los priístas? ¿Se sentían avergonzados por haber votado por el PRI? Incluso en esos días pregunté a los que habían derrochado su voto con el PAN y Nueva Alianza, si no se sentían culpables de que hubiese regresado el PRI al gobierno.
Seis meses han pasado desde que Enrique Peña Nieto tomó posesión como presidente. Desde entonces sus asesores han cuidado hasta el más mínimo detalle para evitar que cometa cualquier error, lo cual no ha sido posible, y que no tiene caso mencionarlos. Está claro que la capacidad de improvisación de Peña Nieto está muy, pero muy lejos de la de Fidel Castro, Hugo Chávez, incluso Nicolás Maduro, José Mujica, Evo Morales, entre muchos otros. Lo suyo, lo suyo, son los discursos escritos minuciosamente. Debo aclarar que no pienso que Peña Nieto sea un tonto. Que un político sea culto no garantiza que sea honesto. Un claro ejemplo es Diego Fernández de Cevallos.
En estos seis meses hemos tenido una prueba de cómo será el gobierno de Peña Nieto. El Pacto por México ha demostrado que las reformas se harán desde la presidencia; y los senadores y diputados se alinearán. Es decir que no habrá oposición. La Cruzada contra el hambre no es más que otra campaña política para las elecciones que se llevarán a cabo en algunos estados. Y la destitución de Elba Esther Gordillo, un manotazo, un aviso a todos los jefes sindicales y políticos.
¿Qué nos queda? Cinco años y medio; y ojalá, mucha paciencia.

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